Andaba revoloteando por toda la casa. Miraras donde miraras, aquello parecía un campo de batalla.
Armarios abiertos de par en par, cajones a medio cerrar, con los que se golpeaba una y otra vez, los cuales maldecía y seguía de largo pero no cerraba.
Correteaba de una estancia a la otra como si la vida se le fuera en ello.
Todas las luces encendidas cual verbena de San Lorenzo, la música radiando desde el cuarto de baño como un lejano eco ensombrecido por el palpitar de un corazón acelerado, que sabe que tiene los minutos contados.
Ni siquiera recordaba si se había duchado ya, su cuerpo acalorado no parecía haber sido mojado recientemente, más bien se iba resumando por momentos en un sudor frío y pegajoso envuelto en aquella diminuta toalla.
Toda esa aboragime empezó a media mañana.
Como cada día desde hacía muchos años, el tontódromo en el que se movía su vida era un letargo monótono e insulso, programado palmo a palmo, así que, como una autómota se había levantado a su hora, siguiendo los pasos de rigor, había completado el primer ciclo matutino y estaba lista para salir a la calle.
Partió camino del mismo destino de siempre. Pidió su café en ese bar de la esquina, repleto de la misma gente, lleno del humo de los cotidianos fumadores, percibiendo los distinguidos olores que emanaban de la pequeña cocina, observando los mismos rostros impávidos distribuidos aleatoriamente en el reducido espacio. Pagó religiosamente y taza en mano llegó a la puerta del trabajo.
Saludó a sus compañeros con ese "buenos días " tan bien ensayado y abordó el siguiente ritual.
Sacó el móvil del bolso, dejándolo cerca por si se produjese esa llamada de urgencia que nunca llega, guardó el bolso en el armario, se quitó la chaqueta y la colgó del espaldar de su silla. Encendió el ordenador y desplegó sobre el escritorio todos sus útiles de trabajo.
Los demás, los rezagados, fueron llegando a destiempo.
Dispuso el objetivo a realizar esa mañana mientras daba pequeños sorbos a su café humeante. Finalizado el proceso, se abstrajo del mundo y emprendió sus largas horas de trabajo.
Al mediodía, el reloj marcó la hora y levantó lentamente la mirada hacia él, pensativa, adormecida. Aquel enorme reloj mostraba la hora local y la de otras partes del mundo, tales como Nueva York, Londres, Japón. Ciudades inalcanzables para su humilde sueldo. Poder soñar siquiera con viajar a una de ellas, requería el terrible esfuerzo de barajar imposibles maneras de ahorrar un todo de una nada. Siempre pesaban la sensatez, las responsabilidades, las obligaciones contraídas, el futuro incierto....
Pero hoy el reloj parecía diferente, difuminando la hora real, la invitó a volar en el mundo de los sueños, le gritó: ven, acércate, viajemos juntos al más allá.
El tiempo restante transcurrió en un suspiro, había estado soñando despierta, hipnotizada por las agujas puntiagudas y brillantes de acero. Retomó el ceremonial mañanero, recogiéndolo todo con premura, poniéndose la chaqueta, colgándose el bolso del hombro izquierdo, guardando el móvil en el minúsculo departamento interior, apagando los temibles aparatos electrónicos, con los que se llevaba lo justo y necesario, despidiéndose hasta el día siguiente y acelerando el paso no fuese que perdiera la línea de turno.
Al doblar la esquina, ¡su gozo en un pozo, lo había vuelto a perder! Guardó el bono en el bolsillo y absorta en su turbación fue acortando camino.
Cuando volvió en sí, no reconocía dónde estaba. ¿Cómo había llegado allí? Girando sobre su eje central, buscó con la mirada un punto que le resultase familiar, pero no lo hubo. En cambió descubrió un amplio escaparate que vendía fantasías por doquier. Abducida por él, dejó que la succionara hasta quedar pegada con la mirada fija e inamovible.
Leyó, para sus adentros, luego en voz alta, confusión de letras y números, signos y rayas, fotos y más fotos.
Una voz grave la sacó de su aturdimiento.
-¿A dónde le gustaría ir? ¿Desea algún lugar en concreto?
- ¡Eh! No gracias, sólo miraba.
- ¿Qué la detiene? ¿No se atrave a vivir nuevas aventuras?- dijo el encantador de sueños.
- ¡Ojalá fuera eso! Es que no puedo, no es asequible, ni es una de mis prioridades.
-¿Y cuáles lo son? ¿Seguir la rutina adquirida? ¿Dormitar penando y muriendo?
- Tú no sabes nada de mi vida, ¿cómo me dices eso?
- Te equivocas, te conozco, tus ojos son como un libro abierto.
-¿Y qué te cuentan?
- Me dicen la tristeza que llevas dentro, las ganas de salir de tu encarcelamiento, de desatar tu mundo prohibido, de dejarte llevar por el viento.
Ella lo miró sorprendida. El la invitó a pasar.
Depositó sobre la cama todo lo que creía necesario llevar, desde su delicada ropa interior hasta las más variopintas prendas con las que sabía de antemano causarían sensación.
El gran necesér, recientemente agenciado, lleno de maquillajes y demás cosméticos. El estuche con los enseres indispensables de aseo y más potingues. Alineó los pares de zapatos sin usar, que tan mimosamente había guardado en el olvido, a los pies de la cama. Miró el reloj que descansaba en la mesilla y corrió como una condenada una vez más a la otra habitación, golpeándose nuevamente con el maldito cajón.
Metió en la maleta todo cuanto pudo, atolondradamente sin orden alguno.
Terminó de maquillarse, se embutió en su nuevo vestido, y finalmente se calzó los tacones rojos de raso que tanto había ansiado comprarse.
Bajó alocadamente las escaleras y se subió al taxi que la estaba esperando en el portal.
Miró sus profundos ojos negros, le acarició la mano y lo besó con tiento.
El la calmó con un susurro, dirigido a su yo interno:
- No te preocupes amor mío, soy tu encantador de sueños.
8 comentarios:
Q belleza, mi niña..! Me gustó muchísimo! Gracias por estos textos, tan lindos, y por compartir..!
Besitos Dulces!
Male.
Tiene armonia, secuencia. Facil de leer. Parece como si lo hubiera cantado y eso hizo la lectura mas facil de llevar.
En cuanto a la trama, nada que mencionar, me quedo con todo.
Un abrazo, pues.
Gracias Male y que bonita noticia la de tu blog, por cierto, un saltito nos damos por allá.
Muchos besos a tí también.
Alexander, me alegra verte de nuevo por aquí, pensé que pudo molestarte las palabras que dejé en tu última entrada, pero es que hay veces que no me las piensa, lo suelto tal que así. Te deseo de corazón que el amor te sonría siempre. Gracias por tus palabras y por dejar seguir cayéndote por aquí.
Besos
Una delicia leer esta historia, algo tan cotidiano como la rutina, nos cega y nos oculta todo lo lindo de vivir...
Un beso grande! Y un abrazo fuerte!
Quién sabe si no habrá que ir siempre con zapatos así para tomar un taxi...
Que historia tan bien contada!! Yo también quiero un encantador de sueños..
woaaa que bello!!Male tenía razon me encanta tu blog!!tendrá continuacion el encantador de sueños???
Besitos!!
¡Hay Marie! No lo creo, yo sigo esperando el mío, quizás entonces vuelva por aquí.
Gracias por tu visita y corriendo me voy de un saltito a descubrirte, ahora no vemos.
Besos.
Mi querida Musaraña, veo que andamos esperando un poco lo mismo.Seguiremos en cola ¿o no?
Muchos besos.
Querido Pedro, no me imagino verte con unos zapatos así, sin embargo, como te dije, yo ya me agencié los míos.
Besos.
¡Ay Alvaro! ¡Qué complicado lo hacemos a veces todo!¿Cierto? En vez de limitarnos a vivir y a sentir.
Besos y abrazos fuertes para tí también
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