Aportación
al club de lectura dirigido por el profesor Pedro Ojeda Escudero desde su blog La Acequia.
“Si hay alguien en la
literatura española del siglo XIX que
represente la disidencia frente a la realidad, si hay alguien que viva incómodo
en el marco de las costumbres y los modos y maneras de vivir de su momento, ése
es Mariano José de Larra…”
Así
comienza su exposición Mauro Armiño en su escrito Mariano José
de Larra, entre la pasión y el hastío.
Y
comienza Benito Pérez Galdós su Estafeta
Romántica con una primera misiva fechada a 20 de febrero de 1837, a pocos
días del suicidio de aquél, para darle entrada de alguna manera en su obra, aunque
los personajes de su novela crean en primera instancia, cuando comentan el
incidente, que el citado suicida es D. Fernando Calpena.
En
las primeras cartas que se intercambian Dña. María Tirgo y la Marquesa de
Sariñán, Dña. Juana Teresa, así lo refieren, mas lo tratan como una anécdota de
carácter meramente sentimental. Aquí el autor deja ver cómo ridiculiza a quienes
rechazan este tipo de suicidio romántico por amor, más que al suicida en sí:
“Ello
es que se ha suicidado, pegándose un tiro en la sien, un joven de talento y
fama, por despecho amoroso de la rabia que le dieron los desdenes de su amante,
la cual es casada… Ya vemos que es romántico el que se mata porque lo deja la
novia o se le casa.” (Capítulo I)
“Mariquita
mía, ¿estás en Babia? El que se ha suicidado en Madrid es Larra, un escritor
satírico de tanto talento como mala intención… Se mató por contrariados amores
con una casada; ¡qué abominación!...” (Capítulo II)
“El
de Madrid usaba, en efecto, nombre de un barbero para firmar sus romanticismos
prosaicos. Demetria, que conserva todos los libros de la biblioteca de su pobre
padre, a quien en otra forma mató el romanticismo… y dice que el difunto
suicida era un hombre que con su propio pensamiento, como la cicuta, se
amargaba y envenenaba la vida.” (Capítulo IV)
Prima
el temor entre los personajes por el comportamiento que adopta D. Fernando
Calpena, influenciado por el suicidio de Larra y por las literaturas que por
sus manos pasan, como la del suicida literario Werther (el cual es nombrado en
varias ocasiones). Suicidios que son de justificación romántica, aunque
finalmente en Calpena dicho suicidio queda como en algo anecdótico, pues se
aviene a enfrentarse a la realidad.
Quizás
Galdós moldea la figura de Fernando entremezclando ambos personajes, Larra, el
real, y Werther, el literario. Podríamos decir que Fernando tiene algunas
similitudes con Larra. Ambos tuvieron una niñez falta de lazos familiares.
Larra pasó muchos años en internados y Fernando fue hijo bastardo.
Les une a su vez ese desamor que ambos han sufrido y el romanticismo en sí.
Calpena
sueña con Larra, así se lo relata a su mentor D. Pedro Hillo, cuando le cuenta
que éste se le aparece para darle
consejos, e insiste en que es el amor imposible la causa del suicidio:
“Debemos matarlas a ellas
–díjome Larra con triste sonrisa –, y a nosotros no. ¿Qué culpa tenemos nosotros
de sus traiciones?” (Capítulo VII)
Sin
embargo, es la joven Demetria quien entiende el suicidio de Larra como un acto impelido
por la situación social del momento que incurre en el país. Ella ha leído su
obra y sabe que nada tiene que ver con el otro personaje referenciado
(Werther). Larra plasmó su interés político y la visión de España en sus
artículos, firmados sobretodo bajo el seudónimo de Fígaro, al que Galdós parece
tener un gran aprecio.
Así
lo podemos reputar en fragmentos como los siguientes:
“¿Verdad que era yo un gran
escritor? Has sido único, Mariano –le dije–” (Capítulo VII)
“Era una lástima ver aquel
ingenio prodigioso caído para siempre, reposando ya en la actitud de las cosas
inertes. ¡Veintiocho años de vida, una gloria inmensa alcanzada en poco tiempo
con admirables, no igualados escritos, rebosando de hermosa ironía, de picante
gracejo, divina burla de las humanas ridiculeces… No podía vivir, no. Demasiado
había vivido; moría de viejo, a los veintiocho años, caduco ya de la voluntad,
decrépito, agotado” (Carta apócrifa de Miguel de los Santos
recogida en el capítulo XI)
Hay
una frase que yo destacaría, la que dice Larra a Calpena antes de evaporarse en
el sueño:
“La pólvora mata a la
memoria… ¿no crees tú? ¿Qué medicina hay para esto?” (Capítulo
VII)
Pero
sin embargo, Larra era un hombre que se implicaba, un romántico de aquellos que
piensan; mientras que Fernando es un sentimental más parecido quizás al
personaje de Werther, así lo teme su propia madre, Dña. Pilar de Loaysa, cuando
se lo dice Valvanera en su carta:
“Tu temor de que la
desesperación le venza, de que imite al Joven Werther, en la manera de dar
solución a sus penas, no tiene fundamento… ama su sufrimiento y no quiere
desprenderse de él.” (Capítulo IX)
Más
Dña. Pilar no ceja en su preocupación y en las consecuencias que las lecturas
puedan causar en él:
"No puedo echar de mí
la imagen del Joven Werther, que es desde hace tiempo mi fantasma perseguidor.
Por la impresión que hizo en mí esta obra al leerla por vez primera, juzgo la
que hará en el espíritu admirablemente preparado para la imitación del caso que
en ella se presenta…” (Capítulo XV)
Dña.
Valvanera, aun así, mantendrá informada a Dña. Pilar de cualquier cambio en el
estado de su hijo:
“Hace unos días que
notábamos en Fernando un recrudecimiento grande de sus tristezas, agravado con
estados nerviosos que me ponían en cuidado. Poco atento al ensayo de la
comedia, pretextaba dolores de cabeza para encerrarse en su cuarto, o pasear
sólo por las inmediaciones de la casa.” (Capítulo XIX)
Vemos
por tanto un Fernando que tiene tendencia a la soledad y el recogimiento, y
cuando descubre su verdadera identidad, su estado empeora visiblemente:
“El desgarrón del velo que
envolvía mi origen me hizo caer en un estupor parecido al idiotismo… Por la
noche, solo en mi aposento, lloré largo rato, sintiendo dentro de mí un
desconsuelo inexplicable… Me achico cada día más; me siento enano,
microscópico; me pierdo entre las multitudes plebeyas, y deseo que nadie se
fije en mí, ni me pregunte quién soy ni de dónde he venido.” (Capítulo
XXI)
Fernando
se debate en una lucha consigo mismo, y aunque Galdós alimenta su personalidad
con características típicas de los personajes románticos, no le da un desenlace
trágico. Pasa de ver toda su existencia en la más absoluta de las negruras
hasta esa luz que le hace pensar en la vida, en el amor de quienes lo aprecian
y en su madre:
“Te aseguro que si no
existiera mi madre y la cadena que a ella me une, para mí no habría un bien
como la muerte. Me halaga la idea de no sentir nada; de sentir, si acaso, la
vaga impresión de la quietud, de la carencia de todo estímulo. Es dulce notar
vacíos de interés los dramas y dormidas en nuestro regazo las pasiones… La
convicción de que si a mí mismo no me necesito para nada, a otras personas
queridísimas soy necesario, me obliga a rectificar aquellas ideas. El vivir no
me gusta; pero es un deber, como tal acepto la vida, y procuraré su
conservación. No quiero hacer más víctimas. Que las personas que aman mi vida
la tengan, aunque a mí me pese.” (Capítulo XXI)
No
es la primera vez que el autor trata sobre este tema. Ya lo hizo en “la Desheredada”, “Miau”, “Realidad”, “Torquemada en el Purgatorio”... Quizás
tenga Galdós una fijación con el suicidio, o quizás fuera cosa de la época.
Bibliografía consultada:
1.- Juegos de vida y muerte: el
suicidio en la novela galdosiana (Serafín Alemán, 1978, Miami, Ed. Universal)
2.- Heterodoxos e incómodos en la
historia y la literatura españolas de la edad contemporánea. “Mariano José de
Larra, entre la pasión y el hastío”. (Mauro Armiño, 2003, Madrid, Comunidad de
Madrid, pp. 23-35)
3.- Cuadernos para la investigación de
la literatura hispánica. “Galdós y el suicidio”. (Gabriel Cabrejas, 1991, nº
14, pp. 191-201)